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Acerca de

Soy un Cornudo sin Dignidad

Julio

Conocí a mi actual y única novia en los últimos años del colegio. A fuerza de simpatía y gestos románticos logré ganarme su corazón y nos hicimos novios. O eso pensaba yo, porque luego me confesó que una de las razones por las que había comenzado a salir conmigo había sido el rumor sobre mi pequeño pene. El rumor, lamentablemente, era cierto. Mi pito no crecía más de 11 centímetros en su máximo esplendor y, por lo general, no llegaba a los 5 cm en estado flácido. Siempre me había dicho a mí mismo que el tamaño no importaba, que lo importante era saberlo usar, pero lamentablemente tampoco era bueno en eso.

 

   Todo cobró sentido cuando mi novia me lo confesó. ¿Cómo una de las mujeres más solicitadas del colegio, una de las más hermosas, había terminado con un pelele Pito Chico que no sabía coger (de hecho, yo era virgen antes de conocerla, y al día de hoy es la única mujer con la que he tenido sexo, al menos un par de ocasiones)? La respuesta: el morbo. A Belén, mi novia, la volvía loca el hecho de serme infiel y reírse de mí mientras se la cogía una verga de verdad. Le gustaba fantasear que yo la miraba dándoles las nalgas a otros hombres mientras me gritaba que así culeaban los hombres de verdad.

 

   Me lo confesó cuando le pregunté por qué ya casi no teníamos sexo y, si bien yo estaba casi seguro que el único que no tenía sexo era yo, ella me lo confirmó aquella tarde. Me contó todo su morbo y sus fantasías, hasta me mostró videos que sus amantes filmaban. En todos se le veía increíblemente puta, desatada. De rodillas chupando desesperadamente una verga enorme, en cuatro patas abriéndose solita las nalgas mientras pedía por favor que se la metieran toda, tomando leche y hasta recibiendo lluvias doradas y sesiones de nalgadas. En todos los videos había una constante: ella siempre le decía a sus amantes cosas como: “Me encanta como me coges con esa verga enorme, no como mi novio que es Pito Chico”. Me generaba una tristeza absoluta saberme tan cornudo, y una humillación incalculable el hecho de saber que todos en el colegio (menos yo) lo sabían. Me sentía degradado como hombre, un patético Pito Chico incapaz de complacer a una hembra, pero mi pequeño y burlado grano estaba duro como piedra.

 

   Belén me dijo que me amaba, pero que era demasiado fuerte el deseo de humillarme, que sólo así gozaba realmente del sexo, sólo así sacaba a la luz su lado desaforado y salvaje. En tanto, yo estaba hundido en la vergüenza, sabía que jamás podría generar eso en ella, o en alguna otra mujer, y yo también la amaba, la veneraba como a una diosa. Su cabello largo y rojizo, sus ojos verdes esmeralda profundos e intensos, sus pecas, sus labios de fuego, sus hermosas tetas de tamaño perfecto, su cinturita de avispa tan sensual, su piel hermosa y delicada y su increíble culo… ella era mi Afrodita, mi todo, no podía dejarla, y tampoco encontraba razón para hacerlo. Si existía una mujer en el mundo capaz de amarme y ser mi novia, a pesar de mi nulidad sexual, y si yo amaba a esa mujer, ¿para qué dejarla por otra víctima a la que necesariamente dejaría también insatisfecha? Ese día acepté dócilmente ser cornudo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Al principio, me mandaba videos donde cogía con sus amantes y me dedicaba insultos y burlas. A veces esperaba a llegar a casa y me los mostraba ella misma mientras me “obligaba” a masturbarme viéndolos. Con el tiempo empezaron a participar de las humillaciones sus amantes en turno, pues a la puta de mi novia le gustaba filmarlos mientras me insultaban, se burlaban de mí, me mostraban la verga a través de la cámara y me decían cosas como: “¿Ves esta verga, cornudo? La puta de tu novia se la va a comer toda”. O: “Está sí es una reata de hombre, por eso eres cornudo”. La golfa me mostraba esos videos orgullosa y se reía de mis reacciones; cada día daba un paso más en materia de humillación y cuernos, siempre  encontraba una nueva forma de degradarme, y eso la hacía disfrutar aún más.

 

   Con el tiempo y desde números anónimos, comenzaron a llegarme videos de mi novia siendo brutalmente cogida, todos sus amantes tenían mi número y me enviaban el material en vivo y en directo. A veces, incluso, Belén hacía videollamada conmigo mientras se la metían, y más de una vez me obligó a desnudarme y masturbarme en esas llamadas de video, mientras veía como me hacía pendejo en vivo y a todo color.

 

   Un día llegó a casa y la rutina cambió. Por lo general, me ponía los videos y me hacía masturbarme o me acariciaba ella la entrepierna, pero esa noche se desnudó en la cama, se abrió completamente de piernas y me dijo: “Chúpame toda la panocha, cornudo”. Accedí encantado de volver a tener contacto físico con mi reina, pero enseguida me di cuenta del truco: su cuca estaba completamente llena de leche de macho, tibia y fresca. Sí, acababa de coger con uno de sus amantes.

 

   Me tomó del cabello y pegó mi cara contra su concha. Mientras yo chupaba y me comía los mecos de otro, ella me contaba todo lo que su macho le había hecho hacía apenas un rato. Aquella escena le causó tanto morbo que acabó unas cinco veces mientras la limpiaba. Esa noche, mientras se bañaba exhausta y mi Pito Chico se ponía más duro que nunca, comprendí que algo en ella se había desbloqueado, que algo que la contenía se había soltado, y que aquellas morbosas perversiones a las que me sometía en pos del placer absoluto estaban a punto de potenciarse. Ya nada la detendría.

 

   Sus videos y llamadas se volvieron más salvajes y, por supuesto, más dedicados a mí. Le gustaba llegar a casa y poner los videos en la pantalla de la sala y a todo volumen, disfrutaba enormemente verse emputecida y desatada en la televisión, y amaba verme a mí recibir todas aquellas brutales humillaciones. Una vez, mientras veíamos un video donde hacía un trío con dos deportistas, Belén se acercó en cuatro patas a la cámara, despeinada, con el maquillaje corrido, con restos de leche y escupidas, marcas de cachetazos y algo en su boca. Se arrodilló al quedar en primer plano y pude ver que lo que tenía en la boca: Eran varios preservativos usados y llenos de semen. “Te llevo toda esta leche, cornudo”, me decía a través de la pantalla. “Te la vas a tomar toda mientras vemos el video y chaqueteas tu grano, pero con dos deditos porque lo tienes de niño”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   En ese momento, sacó de su cartera los mismos preservativos con los que jugaba en la pantalla. La muy puta realmente me había llevado ese bizarro suvenir y yo, mientras el video continuaba, completamente desnudo y con mi mini pito parado, presencié todo el show con los preservativos usados en la boca. Me hizo lamerlos, olerlos, jugar con ellos, como si fuese un perrito que quiere su premio, y finalmente los tuve que vaciar: Me hizo abrir la boca y derramó todo su contenido dentro, con lo que pude sentir como aquel líquido viscoso y cuantioso llegaba hasta mi garganta. Mientras bebía aquella leche de macho, dos dedos de la zorra que tenía por novia se apoderaron de mi Pito Chico. “Vamos, putito mío, saboréala toda”, me ordenaba masturbándome lentamente con su índice y pulgar, como a ella le gustaba.

 

   El sabor era desagradable; además, su textura y olor me generaban arcadas. Era mucho esperma, pero estaba tan humillado y tan caliente que no pude resistirme a sus caricias en mi grano y me tomé toda aquella leche sólo para complacerla y que decidiera regalarme un orgasmo. Y así fue. Mientras me hacía limpiarle los dedos y saborear el preservativo ya vacío, como si fuese un caramelo, me vine sobre su mano, que por supuesto tuve que limpiar.

 

   Los siguientes dos condones eligió derramarlos y untarlos en su cuerpo, para que yo lamiera los mecos: El primero en sus tetas y el segundo en el ombligo, mientras aquella cascada de leche llegaba hasta su pucha, teniendo varios orgasmos mientras la lamía. La muy puta gritaba, gemía y me humillaba con insultos y comparaciones versus sus sementales. Yo estaba nuevamente excitadísimo, por lo que le pedí sumisamente que me masturbara otra vez, dándole a entender que comprendía a la perfección que aquello era para mí un premio, lo máximo a lo que podía aspirar; incluso, recuerdo haberme arrodillado a lado de la cama, abriendo las piernas y suplicándole que me hiciera una chaqueta, pero no creyó que me lo mereciera.

 

   Desde ese momento, mi consumo de mecos aumentó exponencialmente junto con mi humillación, que era cada día más extrema e intensa, pero también nació en ella otra perversión: Se dio cuenta de que disfrutaba muchísimo controlando mi placer; había notado mi sumisión, que estaba entregado a su dominio total, y decidió que sería ella la que decidiría cuándo y cómo merecía tener una eyaculación. Antes, le bastaba con hacerme cornudo, pero ahora pretendía ser la dueña de mi placer; no sólo no la cogería jamás, no sólo sería sometido a mirar cómo le metían la verga infinidad de machos, no sólo debería comerme toda la leche de mis corneadores, ahora tampoco podría elegir cuándo acabar, cuándo gozar, aunque fuera por pura humillación y degradación. Belén sabía que aquello me calentaba tremendamente y le pareció una gran idea comenzar a mantenerme en ese estado. Siempre humillado, siempre caliente, siempre cornudo, siempre rogando por más.

 

   Desde el día en que se dio cuenta de que ya no me atrevía a tocarme sin su permiso y decidió convertirse en dueña de mi placer y de mi micro pene, comenzó a comportarse de formas mucho más sensuales, se volvió mucho más puta. Le excitaba pasearse semidesnuda delante mío, meneando sus impresionantes nalgas, notando y provocando mis miradas de lujuria y frustración, pero a la vez aquello me derrotaba más, me hacía sentir más degradado. El hecho de ver la hermosura de mi novia tan cerca y a la vez tan lejos; casi rozándola, pero a la vez tan ajena a mí, me dinamitaba la autoestima y el amor propio. Mi sensación de inferioridad crecía, me consideraba un ente sin valor, patético y diminuto ante semejante diosa a la que debía estar agradecido por dejarme contemplar su increíble cuerpo de perra, tan usado por todos excepto por mí, un cuerpo que tenía muchísimos dueños, pero ninguno era yo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Ella sabía que con toda su belleza me tenía eternamente hipnotizado y entregado, y su dominación sobre mí era absoluta. Necesitaba sentirme más suyo; cuantos más amantes la culeaban, más la amaba, más la deseaba. Lamía con pasión cada vez que se abría las piernas y me entregaba su vulva recién cogida; ese olor a semen y a sexo era común para mí, pues sólo en ese estado me permitía lamerla, lo que hacía con devoción, devorando todo, logrando que mi Pito Chico explotara de ganas.

 

   Pero la puta de mi novia siempre buscaba más. Más placer, más desenfreno, más humillación para su patético novio cornudo. Pronto decidió que los videos y las llamadas ya no eran suficiente. Ella necesitaba tenerme ahí; necesitaba que la viera con mis propios ojos mientras me hacía cornudo. Quería que sus amantes me hicieran pendejo en mi cara, mirarme a los ojos mientras gemía y me gritaba que me merecía aquello por ser cornudo y pito chico. Por ello, me convenció o, mejor dicho, me avisó que empezaría a acompañarla a sus citas con sus amantes. Me hacía acompañarla al hotel y me presentaba ante su macho como: “Éste es el puto Pito Chico de mi novio”. Me hacía desnudar delante de ambos y “ponerme cómodo”, mientras ella le quitaba la ropa al macho en turno haciendo comentarios despectivos y comparativos hacia mí.

 

   Todos la tenían siempre bastante más grande que yo, por lo que comencé a pensar que quizás era cierto que no soy hombre. ¿Cómo es posible que todos aquellos sujetos tengan semejantes miembros, tal virilidad, y yo parecer un niño pequeño al lado de ellos? No había punto de comparación. Cada vez que uno de ellos pelaba su verga delante de mis ojos sentía que mi pequeño pitito se hacía un poco más chico y mi hombría desaparecía un poco más.

 

   Los veía poseer y dominar a mi novia de formas en que yo ni siquiera podía imaginar. Nuestros pocos encuentros sexuales habían sido mediocres, malos, breves... Consistían básicamente en mi novia cabalgando mi casi inexistente grano, intentando sentirlo; al cabo de un par minutos, yo acababa y ella se enojaba por no haber llegado al orgasmo y me reclamaba porque ni siquiera había sentido algo dentro. Eran sesiones completamente humillantes; sin embargo, a aquellos machos la hacían suya. La sometían con fuerza, sus manos bruscas se apoderaban de sus caderas, de su culo, la ponían en cuatro patas y solita pegaba la cara contra el colchón para entregarse aún más. Se movían a placer introduciendo sus largas reatas en el interior de mi novia, y yo comparaba sintiendo porque, a diferencia de ellos, casi no podía despegarme de ella, para que no se saliera mi verguita.

 

   Los insultos y burlas de mi novia hacían todo más humillante aún. A veces el amante en turno también hacía un comentario o me denigraba de alguna forma y yo sentía auténticas oleadas de vergüenza recorrer mi cuerpo, volviéndome loco de calentura. La culera intentaba hacer todo más morboso, más degradante para mí, disfrutando muchísimo haciéndome arrodillar a su lado cuando se la cogían contra la pared, para que pudiera ver en primer plano aquellas vergas enormes y mojadas perforarla sin piedad. Jamás había visto una pija de tan cerca, a sólo centímetros de mi rostro, lo que me hacía sentir extrañamente excitado. Poco a poco fui acostumbrándome a su presencia. Ya no me resultaba extraño que, al ver una verga, me sintiera morbosamente caliente. Belén me solía tomar del cabello, acercando mi cara a aquellos pitos hasta casi rozarlos. “Quiero que lo huelas, cornudo, que sientas el aroma del macho que va a impregnar a la puta de tu novia”, ordenaba, mientras yo acataba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Algunos machos disfrutaban enormemente sentirse superiores al novio de su presa, lo cual se notaba en el rostro victorioso y lleno de virilidad. Eso a Belén le encantaba, volviéndose aún más puta cuando notaba que su macho disfrutaba humillarme. Cuando terminaba de coger solía obligarme a limpiarla delante del corneador y así, poco a poco, me fue transformando no sólo en un cornudo, sino en un patético intento de hombre sin dignidad, dispuesto a someterse a la degradación absoluta ante el macho alfa sólo para complacer a su reina.

 

Cada día estaba más sometido a sus locuras y me mostraba más solícito por complacerla, por humillarme para su diversión. Por su parte, ella siempre inventaba algo nuevo, encontraba la forma de hacerme descender un escalón en la escalera de la dignidad humana. Durante más de un año fui su fiel cornudo en todas sus citas, cumpliendo al pie de la letra sus morbosas órdenes, comparando mi Pito Chico con las vergas de sus machos. Poniéndoles y quitándoles el preservativo, pidiéndoles por favor que se la cogieran más duro porque yo no podía, lamiendo sus corridas sumisamente. Y cada noche, al regresar, la culera de mi novia continuaba humillándome, riéndose de mí, contándome con detalle cuánto le había gustado la cogida que le habían propiciado. Me ordenaba ponerle crema en la cola castigada por aquellas vergas, en su concha abusada. Disfrutaba que la bañara mientras me contaba todo lo que había sentido y se burlaba de mi frustración, de las eternas ganas reprimidas que yo tenía de eyacular, de gozar.

 

A este punto, yo pensaba que ya nada podría ser peor; sin embargo me equivoqué: Las cosas se tornaron más oscuras y morbosas cuando Andrés apareció en nuestras vidas. Andrés fue uno de los tantísimos amantes que tuvo Belén, pero fue el único que entendió realmente por dónde pasaba su morbo, el único que se atrevió a jugar su juego conmigo y a llevar las cosas al extremo. Fue el corneador perfecto, quien disfrutaba más de humillarme a mí, que de cogérsela a ella; entendía que lo que la puta buscaba era un macho alfa que me sometiera. Pero esta historia la contaré en una próxima entrega…

CONTINUARÁ...

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