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Acerca de

Tres Putas

Benjamín

Yo estaba nervioso, no sabía cómo empezaría aquello… quién tomaría la iniciativa. ¿Sería el marido pidiéndonos que nos desnudáramos o metiéndole mano a su mujer y calentando el ambiente? No me dio tiempo a pensar más, pues ella se abalanzó sobre mí y empezó a comerme la boca como si le fuera la vida en ello. La correspondí con mucha pasión, mientras ella me apretaba tomándome de la cintura, pegándome completamente a su cuerpo. Tenía la verga que me explotaba dentro del pantalón cuando el cornudo se acercó por detrás de su esposa, ya desnudo, pretendiendo colocar su pene entre las nalgas de su mujer; ahí me di cuenta de su tamaño: un pitito más pequeño que mi pulgar, pero erecto como fierro, o al menos así se veía al rebotar en esas nalgotas.

 

   Sin el menor atisbo de vergüenza por su ridículo tamaño, el único encuerado era el marido, aunque quiso corregir esa situación comenzando a desnudar a su esposa, quien me soltó un poco, lo que me permitió quitarme también la ropa y dejando ver mi verga parada que rebotó en mi abdomen cuando me quité el bóxer. Mientras me despojaba de todo, el Pito Chico dio la vuelta a su mujer, besándola en la boca y dejando a mi vista esas espectaculares nalgas. Acto seguido, Laura se hincó y se metió en la boca aquel grano erecto que tomaba con dos dedos, como quien toma una pequeña salchicha.

 

   Cuando se levantó, aproveché para rozarle el pito por el culo; todavía tenía puesto su conjunto de tanga y sujetador negros, que por cierto le realzaba mucho las tetas. Así estuvimos poco tiempo, porque ella se volvió y empezó a comerme la verga; galante, el cornudo tomó una almohada y la puso en el piso, para que aquella puta pudiera mamarle la tranca a otro sin lastimarse, mientras ponía mis manos en la cintura, gozando y viendo cómo se metía mi palo hasta la garganta. En un extraño movimiento, Clemente, el cornudo, quiso levantar a Laura, pero ella se aferró a mis nalgas clavándome las uñas, pues no quería sacar mi miembro de su boca, se agarraba con sus dos manos y apretaba, para que el glande le tocara más a allá de la campanilla.

 

   Al ver la negativa de la puta con quien se casó, el Pito Chico se puso de rodillas al lado de ella, besándola y lamiendo mi verga junto con ella. Al principio me sorprendió, pero el placer dejó atrás mi sorpresa cuando ambos se besaban con mi verga entre sus bocas; sin vergüenza ni reparo alguno, aquel maricón lamía el tronco o se metía el glande en la boca, cerrando los ojos y disfrutándolo como si fuera un caramelo delicioso, sólo soltándolo para que la puta hiciera lo mismo, alternándose mi verga. Intentando controlarme pues la ráfaga de excitación amenazaba con la eyaculación, ambos ahora se regocijaban chupándome el palo y los huevos: cuando ella se entretenía con la verga, el me lamía las bolas y viceversa. Un grito ahogado entre gemidos irrumpió entre tanto placer: era ella que se corría, pues el venado la había estado dedeando diestramente mientras me lamía los huevos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Agradecí que hiciéramos una pausa, pues no quería arruinar la noche aún joven con un derramamiento de leche prematuro. Mientras me reponía, Clemente empujó a su esposa a la cama y se puso encima de ella, cogiéndosela con aquel pilín de niño que empujaba fuertemente a sabiendas de su escaso tamaño, como buscando que su escasa longitud se viera compensada con fuertes embates que le hacían meter las nalgas visiblemente. Acerqué mi miembro a la boca de aquella golfa y ella se lo metió en la boca; se notaba que los embates del Pito Chico no causaban demasiados estragos a aquella pepa caliente, por lo que me la mamó lentamente, con una boca experta, una boca que se notaba había chupado muchos cipotes.

 

   El cornudo se separó y buscó algo en su pantalón que yacía en algún lugar del suelo, mientras su esposa me chupaba la verga con maestría; sacó un preservativo y él mismo lo puso en mi reata, corriéndolo con sapiencia y chaqueteándomela un poco para que recuperara por completo su rigidez. “Cógete a mi esposa”, me ordenó o al menos así se escuchó, pero yo no lo hice de inmediato: me tumbé a su lado y empecé a acariciarla, aunque no por mucho tiempo, pues Laura tiró de mí y dijo: “Súbete”, así que me puse encima de ella.

 

   El maricón agarró nuevamente mi verga y la apuntó a su coño, metiéndola muy despacio con sus propias manos, con lo que la respiración de su esposa se entrecortaba, dando paso a gemidos cada vez más sonoros. Se la metí muy despacio y con mucha delicadeza; no es que mi mandarria fuera digna de concurso, pero superaba por mucho al grano de su marido, así que ella también me pedía que fuera despacito, acostumbrada a ser penetrada normalmente por el casi eunuco de Clemente. Poco a poco fui empujando, hasta que entró entera y ella seguía gimiendo de placer. Intenté sacarla un poco por si le estaba haciendo daño, pero ella agarró mis glúteos y apretó con fuerza, gritando: “No te muevas, no me la saques”.

 

   Me la cogí así, despacito, sin sacarla mucho, moviéndome dentro de su pucha, lo que dio paso a un orgasmo fenomenal por parte de Laura. Hasta ese momento me di cuenta de que el marido iba sacando videos y fotos de la follada. No me importó y seguí clavándosela encima de ella, provocándole varios orgasmos; la verdad es que el ritmo semi-lento ayudó a que no me viniera y poder brindarle mucho más placer. Me apretaba contra su cuerpo, se retorcía, me metía la lengua hasta la campanilla y gemía como una loca. De vez en cuando, yo intentaba levantarme un poco, pero no me dejaba, me apretaba contra su cuerpo y me besaba atragantándome con su lengua. La verga me palpitaba después de tanta fricción, deseando venirme, pero quería aguantar para hacerla disfrutar.

 

   Después de un buen rato así, paramos y el cornudo me pregunto si me había corrido. Ante mi negativa, él se alegró y yo me puse de pie para relajarme un poco, mientras ocupaba mi lugar, cogiéndose a su esposa en la posición de misionero. Luego de algunos embates, se salió de aquella panocha y me pidió que se la chupara; mi respuesta fue hincarme y lamer aquella vagina roja y palpitante, algo rozada ya por tanta verga que había recibido. Mientras lo hacía comencé a acomodar mi cuerpo para hacer un sesenta y nueve, con lo que ella volvió a comerse mi pito; el maricón se acercó pretendiendo participar, pero ella lo apartaba, empujándole con su mano en el pecho.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Tanto ajetreo dio paso a una pausa en la noche; me senté en un sillón y le di varios tragos a la cuba que ya se había calentado un poco luego de tanto tiempo abandonada en la mesilla de la habitación de aquel hotel. Con la verga parada de nuevo, luego de algunos toqueteos, me tumbé en la cama y ella se puso encima luego de que el puto del marido abriera un nuevo condón y lo pusiera en mi palo. Empezó a cogerse sola despacito, porque no sabía si le entraría entera, gemía, hasta que su panocha la devoró toda. Se retorcía, me apretaba, me besaba como si le fuera la vida en ello, y gemía como una loca; se contoneaba y empezó a cabalgar como si estuviera montada en un potro salvaje, al grado que, por un momento, pensé que me rompería la polla, pero se corrió rápidamente y bajó el ritmo.

 

   Cuando se puso así encima, puede ver bien su cuerpo, disfrutando con los ojos de sus grandes pechos naturales, arqueada hacia atrás. Se veía riquísima, su cintura, sus grandes tetas, semi-duras, con grandes aureolas y pezones rígidos. Mientras cabalgaba despacio, echaba su mano hacia atrás tocándome la verga, para ver si había entrado entera. Se echó hacia adelante, contra mi cuerpo, y la abracé con fuerza, besándola y bombeando su cuca, logrando un orgasmo más en su caso y el primero mío, que dejó como evidencia una cantidad de leche que yo no había visto jamás expulsar de mi miembro, semen que permanecía alojado en el preservativo y que arrojé al excusado en el baño, luego de disculparme con ambos anunciando que iría a bañarme.

 

   Salí del baño repuesto por el regaderazo, aún desnudo, me senté en el sillón y me serví otra cuba, ofreciéndoles a ambos. Sólo él aceptó, pues Laura anunció que se ducharía, dejándonos hablando de nimiedades, salpicadas con comentarios eróticos acerca de lo que acababa de pasar. Cuando salió y Clemente tomó su lugar en la ducha, me senté en la cama junto a ella, la tomé de las manos y la acerque a mí.

 

   -  ¿Te gustó, hermosa?

   -  Mucho. Tu verga da mucho placer.

   -  ¿Te gustaría repetir?

   -  Sí, claro que me gustaría repetir.

   -  Tu marido me dijo que la próxima vez, si no está él porque tenga que trabajar, podríamos vernos tú y yo.

   -  Bueno, yo preferiría que estuviéramos los tres pero, si no puede, pues cogemos tú y yo.

 

   Terminando esta corta conversación, volví a besarla y nos terminamos de vestir. Salimos del hotel y nos fuimos en el coche de ellos, dejándome en el mismo punto donde nos encontramos esa noche. Cuando nos estábamos despidiendo, ella exclamó con cierta preocupación en su tono de voz: “¡Mira, nuestros vecinos!”, a lo cual él no dio importancia agregando: “No pasa nada, él puede ser un amigo, un primo, mi hermano, ellos qué van a saber…”. Terminamos de despedirnos y el cornudo me indicó que llamara a su esposa cuando quisiera y quedáramos de nuevo para otro día, que me pusiera de acuerdo con ella el día que pudiéramos los dos y que, si él podía estar… perfecto. Y si no, pues nos veríamos los dos solos, la puta de su esposa y yo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Pasaron los días y yo me seguía calentando cuando recordaba lo que había pasado aquella noche. La verdad es que, cuando planeamos el encuentro por Internet, nunca se dijo que el Pito Chico me lamería la verga y los huevos como lo hizo ni que me pondría el condón y esas cosas, pero yo no lo lamentaba; al contrario, me excitaba más que fuera tan puto, tan descarado.

 

   A los cuatro o cinco días me decidí y llamé a Laura. Caí en la cuenta de que era la primera vez que hablaba con ella por teléfono, pues todo el contacto había sido por Internet y WhatsApp y, en su mayoría, con el Pito Chico de su marido. Al principio, me mostré tímido, cortado, no se me salía de la cabeza que estaba llamando a la mujer de otro hombre, y no sabía cuál sería su reacción:

 

   -  Hola, Laura. Habla Benjamín.

   -  ¡Hola! ¡Qué milagro! ¿Cómo estás?

   -  Bien, gracias. ¿Y tú?

   -  Bien, aquí haciendo unas cuentas de la casa. ¿Te gustó el otro día?

   -  ¡Sí!, me encantó, estoy deseando repetirlo.

   -  ¿Te confieso algo? Soñé contigo.

   -  ¿Ah, sí?

   -  Sí, soñé con tu verga. Nunca me han metido una así, y no solo es el pene, es también lo rico que coges, me diste mucho placer.

 

   Aquello me agarró de sorpresa, de golpe y porrazo me hablaba de mi verga y de la manera en que cogimos, diciéndome que había soñado conmigo. No pensé que fuera tan audaz.

   -  Eso me gusta, ¿te viniste en el sueño?

   -  No. En el sueño no, pero me desperté muy húmeda y cachonda así que, como no estaba mi marido, me masturbe en la regadera.

   -  ¿Te masturbaste pensando en mí?

   -  Sí. Me masturbé pensando en ti, en tu verga, en cómo me la metiste y al final me mojé.

   -  ¡Uf! Laura, me pones a mil, ya se me puso dura con lo que me dices.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Así estuvimos charlando durante un rato, hasta que tuvimos que dejar la conversación porque llegaba visita a su casa. Estaba deseando quedar otra vez con ellos por lo que, después de dos o tres llamadas más, hicimos una cita. Como la primera vez, me recogieron en su coche y nos fuimos al mismo hotel; por el camino, hablamos de la playa, que a mí me gusta mucho y a ella también, pero que no había ido en todo el verano porque al cornudo no le gusta.

 

   Una vez en la habitación, el Pito Chico encendió las luces, puso el aire acondicionado y preparó la cama. Ella comentó que olía raro e intentó abrir una de las hojas correderas de la pequeña ventana, sin conseguirlo, por lo que me acerqué pasando entre ella y la cama para intentar abrirla. Al pasar junto a ella, puse mi mano en su brazo, aparté la cortina, vi que ya estaba abierta la otra hoja y no me dio tiempo de nada más, pues la puta me tomó del brazo con la otra mano, me asió del cuello y empezó a comerme la boca, metiéndome la lengua hasta la campanilla. Un poco asombrado, pues no esperaba esa reacción tan rápida, la correspondí besándola con pasión, manoseándole las nalgas y pegándola contra mi verga, que ya se había puesto bien dura, algo que comprobó ella misma tomándola por encima del pantalón.

 

   Clemente aprovechó nuestro acercamiento para quitarle la falda y el brassiere a su mujer, dejándola con una tanga roja y un suéter blanco que le quedaba muy ajustado, marcando sus grandes tetas y duros pezones. No nos hubiéramos separado, pero el cornudo nos interrumpió, pidiéndome que me tumbara en la cama, a lo cual accedí quitándome la ropa y acostándome. Para mi sorpresa, el marica se plantó entre mis piernas, ya completamente desnudo, lamiéndome primero los huevos y luego la ñonga, metiéndosela por completo en la boca y masturbándome lentamente, interrumpiendo su felatio sólo para pedirle a su esposa: “Ven, ayúdame a mamar esta deliciosa verga”, indicación que ella acató acostándose boca abajo completamente encuerada y en dirección contraria, dejando sus nalgas a la altura de mi cara. Como la primera vez, ambos y al mismo tiempo mamaron mi verga y huevos, besándose con mi palo entre sus bocas.

 

   Si hubieran seguido comiéndome el nabo entre los dos me hubiera corrido, pero ella se incorporó y me besó, tomándome la verga con una mano y masturbándola con parsimonia, mientras yo le apretaba las tetas. Luego de unos minutos, me pidió que me pusiera encima suyo, dirigiendo mi pene hacia su vulva.

 

   En las pláticas que tuvimos en esos días, les comenté que ya me había hecho la vasectomía; eso y la confianza que ya habíamos tomado entre los tres hizo que el preservativo quedara en el pasado, por lo que me la cogí a pelo. Se la metí muy despacio y ella gemía cada vez más fuerte, estrujaba las sábanas como si quisiera arrancarlas, se mordía los labios y giraba la cabeza hacia los lados. Cuando ya la tenía toda dentro, abrió los ojos, me miró fijamente y me ordenó: “Cógeme”, besándome inmediatamente, a lo que yo respondí con un mete-saca escalonado, semi-lento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   De reojo, pude ver al Pito Chico encuerado y sacando fotos; entre foto y foto, le acariciaba el coño a su esposa, pero también lo hacía con mis huevos y con mis nalgas, me agarraba la verga, la lamía un poco y volvía a meterla en la cuca de su mujer. A esas alturas, estos contactos, lejos de incomodarme, me calentaban aún más, y no sé si me volví loco pero, presa de la excitación, acepté que pusiera su mini pito en mi mano y se lo jalé mientras le chingaba la pepa a la puta de su esposa, chaqueteando aquella mini verguita en tanto que la mía entraba y salía de Laura. Luego de algunos jalones, el cornudo se apartó, advirtiéndome que estaba a punto de venirse.

 

   Seguí bombeando a aquella perra cada vez con más fuerza, cuando sentí la mano del maricón acariciándome las nalgas, picándome un poco el culo con su dedo medio, mientras me cogía a su esposa. “Qué ricas nalgas tienes, Benjamín”, me piropeó descaradamente con una voz de joto que ya no pretendía ocultar en lo más mínimo su mariconería. Sin reconocerme a mí mismo, tal vez por la calentura que ya me explotaba en la cabeza, le respondí: “¿Te gustan?”, dejándome manosear por ese maricón y deseando que su dedo se introdujera más en mi ojete, ante lo que se acercó a mi oreja, la lamió un poco y me preguntó susurrando: “Quiero meterte el pito, ¿puedo?”.

 

   Bastó un leve movimiento de afirmación con mi cabeza para que Clemente se pusiera detrás de mí e intentara meter su mini pito entre mis nalgas; se tomaba aquel pilín con los dedos y lo embarraba como si fuera un pincel por toda la raya de mi cola, deteniéndose en mi ano y picándolo levemente. Yo seguía cogiéndome a Laura, pero debo confesar que el acercamiento del venado me estaba distrayendo de la fornicada que le daba a su esposa. Ella me miró, como preguntándome si estaba de acuerdo con aquello, y mi respuesta fue inclinarme a besarla, poniendo mi culo en pompa, ofreciéndolo para que aquel Pito Chico lo desvirgara de una buena vez.

 

    En esa posición, con su esposa recostada sobre la cama con mi verga adentro y yo encima con las nalgas al aire, Clemente me tomó por la cintura y me metió su mini pito por el culo de un solo golpe; a pesar de su ridículo tamaño, la fuerza con la que lo empujó y tomando en cuenta que nunca me habían dado por el culo, hizo que me doliera un poco, pero el dolor pronto dio paso al placer y comenzó a culearme con fuerza, mientras yo vergueaba a Laura con la misma determinación, ayudado por los empujones que me daba aquel puto. Fue tal la excitación que no pude más y me vine profusamente en el coño de la puta, mientras sentía simultáneamente como mi ojete se llenaba de un líquido muy caliente, todo acompañado por los gritos de los tres ante la culminación de aquella perversión.

 

   Me quedé tumbado boca abajo en la cama, exhausto, con el semen de Clemente saliendo lentamente de mi ano y los ojos cerrados, no sé si por la vergüenza o el cansancio. Una sonora nalgada del cornudo en mis glúteos recién profanados, seguida de un: “Nos vamos a bañar”, por parte de mis amantes, me hizo caer en la cuenta de que, ahora, el puto también era yo, mezclando mis emociones entre arrepentimiento y deseo por continuar ese camino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   Cuando salieron, yo ya descansaba sentado en el sillón bebiendo una coca cola. Tan campantes, bromeaban sobre cualquier cosa, invitándome a participar de la plática, como si lo que acabara de pasar fuera algo de todos los días. Para no evidenciar mi estado de reflexión y asombro, me levanté para bañarme y los dejé solos en la habitación, dejando que el agua corriera por mi cuerpo y sintiendo como el semen del cornudo seguía saliendo de mi culo. Contra todo pronóstico, me excité de nuevo recordándolo y se me paró la verga, masturbándome un poco en la regadera.

 

   Salí con la idea de que nos vestiríamos e iríamos, pausando nuestras relaciones para otra ocasión, pero ellos seguían en la cama desnudos. Me paré delante de ellos, esperando que me dijeran que seguía después, cuando ambos volvieron a lamerme la tranca, logrando una erección que ya se había gestado desde la regadera, recordando cómo había cogido a Laura, pero sobre todo cómo me había follado Clemente.

 

   Después de chaqueteármela entre los dos, lamiéndola y chupando mis huevos, me volví a venir, llenando la cara de ambos con mis mecos y viendo cómo se lamían los rostros, desesperados por comer hasta la última gota de mi leche; cuando me iba a retirar, para vestirme, se acostaron en la cama besándose y ella me pidió que le lamiera la pepa, cosa que hice de inmediato, mirando desde abajo cómo besaba al cornudo, quien acercó su mini pito a la acción, invitándome a alternar mi lengua entre su verguita y el coño de su esposa, lo cual hice con deleite, introduciéndole la lengua a aquella pucha y metiendo aquel pito de niño en mi boca succionándolo con todo y huevos.

 

   Laura alcanzó el orgasmo en mi boca y yo lamí con la misma desesperación con la que ella se comió mi esperma, mientras masturbaba el mini pito de Clemente que ahora magreaba mis pompas, las nalgueaba y acariciaba mi ojete en círculos. Una vez que su esposa terminó de correrse, me metí de nuevo el Pito Chico del cornudo en la boca, succionándolo hasta que eyaculó de nuevo… Fue una cantidad mínima, pero igual me comí toda esa leche, con la misma pasión con la que él se comió la mía, sin dejar de succionarla hasta que me convencí de que no saldría ni una gota más.

 

   No me di cuenta cuándo la esposa del cornudo se metió a bañar pero, cuando separé mis labios de su mini pito, estábamos solos. Él me miró fijamente, me tomó del cuello y me besó en la boca, con la misma pasión con la que su esposa y yo nos habíamos besado al comenzar esta cita; al principio, mi reacción fue de rechazo, pero segundos después me entregué también a ese beso con deleite, sin importarme que era un maricón a quien besaba. Cuando nos separamos, me sentenció con voz baja: “Ahora, mi esposa y yo somos tus putas y, a la vez, tú eres la mía… mi puta”.

FIN

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